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domingo, 25 de diciembre de 2011

- LOS ÁNGELES EXISTEN





Querido lector,

Quiero dejarte como regalo navideño este hermoso mensaje. Es uno de los más bellos que he podido leer en toda mi vida, tan hermoso quizás como El Principito. Tiene un profundo mensaje que hace reflexionar. No lo escribí yo, sólo lo trancribo. Espero que al leerlo sientas estremecer tu corazón...



Yo he visto los ángeles, los he visto todos los días de mi vida.
Cuando salgo a la calle los veo en los andenes, mirando a la
gente con ojos suplicantes, tristes, asustados.


Los he visto confundidos de su suerte, sin entender una palabra
de lo que nosotros hablamos; y la gente, sin entender los mensajes
divinos que nos traen de caridad, de amor, de compasión
los ignoran, los miran con desprecio, se sienten incómodos porque
existan, les dan una patada si se ponen en su camino. Y
los ángeles, insistentes, a veces los siguen. Quieren cumplir su
misión, quieren llevar su mensaje, pero hablan y nadie entiende
sus lenguajes incomprensibles. Ningún humano ha sido nunca
capaz de entender lo que un ángel dice.


Un día, yo me topé con uno en la puerta de mi casa. Estaba
muy herido. Sus alas se habían destruido por completo. En su
nacimiento tenía llagas rojas y humeantes. Estaba tan flaco que
la piel se había pegado a los huesos, o mejor, los huesos habían
absorbido la piel. Era muy pequeñito. Tenía un ojo saltado y temblaba
todo su cuerpecito.


El ángel no hablaba, no se movía. Las hormigas y las moscas
ya casi celebraban el festín. Por su único ojo me miraba, y no
necesitaba ser conocedora del lenguaje divino para entender su
mensaje: estaba aterrado, solo y se estaba muriendo.


¿Qué podía hacer yo por este ángel malherido? ¿Podría arrebatárselo
de las garras a la muerte y traerlo de nuevo a la vida?,
¿quién querría ayudarme a cuidarlo si seguramente muchas personas
habrían pasado ya por allí y habrían fingido no verlo?


A pesar de que nadie veía sus alas, ni siquiera yo misma, sabía
lo que él era y tenía el firme propósito de rescatarlo.


Su recuperación se iba dando muy lentamente. Yo misma casi
no notaba los progresos. Pero cuando alguien venía, movido
por curiosidades mórbidas, solía decir: ya no se muere, y esto
inundaba de alegría mi corazón y la mano que lo apretaba aflojaba
un poco.


Justo cuando mejor estaba, cuando mejor parecía sentirse, el
ángel partió de este mundo. No pude verlo emprender el vuelo
con sus alas blancas. No pude decirle adiós. No pude demostrarle
a nadie que, en efecto, era un ángel. Nadie vio nunca las
alas que crecían en su corazón, ni las bendiciones que había
traído al mío. Pero yo sí, yo las vi y por eso hoy sigo viendo el
mundo lleno de ángeles. Y mientras la gente los busca en las
iglesias o en el cielo, los están botando a las calles.


Yo sólo les digo: los ángeles existen. Si tienen dudas, cuando
los vean en algún andén, mírenlos a los ojos. Tal vez logren
descifrar sus mensajes divinos o alcancen a ver las alas que
crecen en sus corazones cuando alguien les tiende la mano.

Alexandra Avellaneda
Colombia