
Lector, te voy a contar una historia.
Me hubiera gustado decir “linda historia” pero no puedo porque el final no es del todo felíz, ni del todo triste tampoco. También me hubiera gustado decir que es una invención de este loco doctor –un cuento- con el fin de darte el mensaje claro y preciso. Pero tampoco es un cuento. Ocurrió. Y yo no quiero que lo mismo te ocurra a ti ni a tu quiltro. Así que, aprovecha la lección y ponla en práctica. No esperes a que te ocurra en carne propia para aprender. Ahórrate el dolor...
Un día como cualquier otro llegó al consultorio el señor M -un caballero jubilado- con Toto, su pequinés de 8 años. Venía para un simple corte de uñas. Noté que el perrito no llevaba collar ni cadena, ni nada.
Un día como cualquier otro llegó al consultorio el señor M -un caballero jubilado- con Toto, su pequinés de 8 años. Venía para un simple corte de uñas. Noté que el perrito no llevaba collar ni cadena, ni nada.
- ¿Señor M, porqué a Toto no lo lleva con su collar y correa?
- Nooo doctor, a Toto no le gusta, además él camina muy bien solito. He tratado de ponerle pero se pone como un demonio y al final se la saco, pobrecito, y caminamos así no más por el parque, él ya sabe…
Pude comprobar efectivamente que me encontraba ante el Demonio de Tasmania al tratar de cortarle las uñas. Lo logramos luego de hacer salir al señor M y poner en práctica el "plan B" con mi asistente.
No volví a saber de Toto ni de su simpático dueño hasta dos meses más tarde. Eran aproximadamente las 8:50 de la mañana. Yo recién llegaba al trabajo. De pronto escucho un chirrido de neumáticos, se detiene un taxi junto a la puerta y baja un señor en estado de shock trayendo en sus brazos a un perrito con el rostro desfigurado, sucio, jadeante y ensangrentado.
Pude comprobar efectivamente que me encontraba ante el Demonio de Tasmania al tratar de cortarle las uñas. Lo logramos luego de hacer salir al señor M y poner en práctica el "plan B" con mi asistente.
No volví a saber de Toto ni de su simpático dueño hasta dos meses más tarde. Eran aproximadamente las 8:50 de la mañana. Yo recién llegaba al trabajo. De pronto escucho un chirrido de neumáticos, se detiene un taxi junto a la puerta y baja un señor en estado de shock trayendo en sus brazos a un perrito con el rostro desfigurado, sucio, jadeante y ensangrentado.
Adivinaste lector. Era Toto y su dueño.
Como ocurre algunas veces, tuve que atender a la persona primero y hacer que se tranquilice un poco para que me dé algunos datos mínimos con qué empezar. Resulta que ese día –como todos los días- el señor M salió con Toto a dar su cotidiano paseo. Y salió como de costumbre: sin collar y sin correa, en otras palabras, ambos estaban sin “cinturón de seguridad”. Hasta antes de este fatídico día Toto siempre se encontraba con uno que otro perro que no causaban mayor susto. El problema era que Toto creía que podía pegarle a cualquier perro. El tamaño no le importaba en absoluto:
Como ocurre algunas veces, tuve que atender a la persona primero y hacer que se tranquilice un poco para que me dé algunos datos mínimos con qué empezar. Resulta que ese día –como todos los días- el señor M salió con Toto a dar su cotidiano paseo. Y salió como de costumbre: sin collar y sin correa, en otras palabras, ambos estaban sin “cinturón de seguridad”. Hasta antes de este fatídico día Toto siempre se encontraba con uno que otro perro que no causaban mayor susto. El problema era que Toto creía que podía pegarle a cualquier perro. El tamaño no le importaba en absoluto:
- agárrame que lo mato, parecía decir.
Hasta aquel fatídico día el señor M tuvo la suerte que los perros que salían a su encuentro eran amigables o tolerantes, o eran rápidamente controlados por el dueño.
Ello no ocurrió aquella mañana.
De la nada salió un labrador negro. Sus intenciones eran oler el pasto y marcar territorio. Apenas Toto lo vio se le fue encima a pegarle al grandote...
- Toto noo…Toto regresa…
Gruñidos. Polvo. Un chillido. Fue suficiente.
Toto estaba con un ojito colgando. Estaba bañado en sangre y mugre.
El Sr. M tuvo el tino de traerlo de inmediato. El diagnóstico fue prolapso ocular. Es decir, el ojo se sale de su órbita o cuenca por efecto de un trauma (pelea, golpe atropello, etc).

Luego de un costoso procedimiento, y de varias visitas, por fin di de alta a este ,
a pesar de todo, simpático perrito y su amoroso dueño. Toto conservó su ojito (aunque con visión disminuída) y el señor M conservó su perrito.
Justo antes de la despedida final, él se me adelanta y con un apretón de manos me dice:
- Doctor de hoy en adelante lo llevaré con correa...

EPÍLOGO
El señor M aprendió la lección de la manera más dolorosa.
Recuerda:
Si tú no tienes el control, entonces tu perro tiene el control.
Y cuando tu perro tiene el control, muchas cosas feas pueden ocurrir.
¿Y...cuál es tu moraleja, estimado lector?