¿Dónde está aquel niño, dónde aquella niña?, ¿qué es lo que queda de ellos dentro de ti?
No hablo de tus huesos, menciono tus sentimientos. No lo digo por tus músculos ni por tu piel sino por tus deseos, tus convicciones, tu empatía, tu generosidad. Lo hago por lo que hoy ya parece no importarte cuando tanto te conmovía ayer.
Recuérdate llevando a tu casa con infinito cuidado a un pajarito que no podía volar, y cómo te amotinabas en tu metro y pocos centímetros más ante la incomprensión y el enfado de tus padres.
Recuerda aquel perrito famélico al que decidiste cuidar y dar de comer
aunque fuese robando de la nevera y escondiendo de tu plato. No temías
las consecuencias para ti porque su hambre te dolía mucho más que tu
castigo.
Recuérdate llorando con Flipper cuando veías a un ser vivo capaz de enternecerte ignorando todavía que aquella serie empujó a la captura de delfines para su uso comercial.
Y piensa cómo te quedas impasible hoy que sí lo sabes. Ya no hay lágrimas en tu rostro, ahora te da igual.
Recuerda al crío para el que cada vida era sagrada más allá de su forma y de su tamaño, y a la pequeña que abriría si pudiera el cerrojo de aquellos camiones camino del matadero entre cuyos tablones asomaba la mirada y huían los lamentos de los cerdos hacinados en ellos
Recuérdate jurando que no comerías el conejo al que viste crecer en la casa de tu familia de la aldea cuando lo llevaban, agarrado de sus patitas y desnucado, a la cocina para despellejarlo y cocinarlo.
Y después de recordar mírate las manos, mira tu plato, mira tu olvido. Mírate al espejo que te devuelve el reflejo desde adentro y contempla tu transformación.
¿Dónde quedaron tus valores, tu rabia, tu ponerte en el lugar de los demás no por su especie sino por su capacidad para sufrir? ¿Dónde quedó, dime, lo más importante, puro y necesario que había en ti?
Ya, ya sé que tu vida no es aquel universo infantil donde al final, a pesar de los pájaros heridos o de los perros ateridos y hambrientos que tus padres no querían te sabías protegido y amada. Sé que los años te acercaron preocupaciones, dudas, responsabilidades, decepciones, amargura y dolor. Y también sé que para arrostrar todo eso te has endurecido pero:
¿Crees realmente, mi niño crecido, mi niña adulta, que merece la pena arrojar en ese camino lo único que posiblemente te ataba a la parte más imprescindible de una rebeldía ya perdida y que quizás no lo sepas pero era un tesoro? Sí, claro que lo era, el trocito más preciado de tu riqueza interior. Y tú escogiste desecharlo sin darte cuenta de que en ese instante se introducía en ti una pobreza que ningún bien material podrá desdibujar.
Tal vez tu sabiduría sea ahora mayor pero es sobrecogedor que se haya abierto espacio a codazos teniendo por brazos a un lado al egoísmo y al otro a la cobardía.
El conocimiento que jamás llega a los puños siempre acaba por pudrirse en el alma.
Autor: Julio Ortega
Fuente: FB
Recuérdate llorando con Flipper cuando veías a un ser vivo capaz de enternecerte ignorando todavía que aquella serie empujó a la captura de delfines para su uso comercial.
Y piensa cómo te quedas impasible hoy que sí lo sabes. Ya no hay lágrimas en tu rostro, ahora te da igual.
Recuerda al crío para el que cada vida era sagrada más allá de su forma y de su tamaño, y a la pequeña que abriría si pudiera el cerrojo de aquellos camiones camino del matadero entre cuyos tablones asomaba la mirada y huían los lamentos de los cerdos hacinados en ellos
Recuérdate jurando que no comerías el conejo al que viste crecer en la casa de tu familia de la aldea cuando lo llevaban, agarrado de sus patitas y desnucado, a la cocina para despellejarlo y cocinarlo.
Y después de recordar mírate las manos, mira tu plato, mira tu olvido. Mírate al espejo que te devuelve el reflejo desde adentro y contempla tu transformación.
¿Dónde quedaron tus valores, tu rabia, tu ponerte en el lugar de los demás no por su especie sino por su capacidad para sufrir? ¿Dónde quedó, dime, lo más importante, puro y necesario que había en ti?
Ya, ya sé que tu vida no es aquel universo infantil donde al final, a pesar de los pájaros heridos o de los perros ateridos y hambrientos que tus padres no querían te sabías protegido y amada. Sé que los años te acercaron preocupaciones, dudas, responsabilidades, decepciones, amargura y dolor. Y también sé que para arrostrar todo eso te has endurecido pero:
¿Crees realmente, mi niño crecido, mi niña adulta, que merece la pena arrojar en ese camino lo único que posiblemente te ataba a la parte más imprescindible de una rebeldía ya perdida y que quizás no lo sepas pero era un tesoro? Sí, claro que lo era, el trocito más preciado de tu riqueza interior. Y tú escogiste desecharlo sin darte cuenta de que en ese instante se introducía en ti una pobreza que ningún bien material podrá desdibujar.
Tal vez tu sabiduría sea ahora mayor pero es sobrecogedor que se haya abierto espacio a codazos teniendo por brazos a un lado al egoísmo y al otro a la cobardía.
El conocimiento que jamás llega a los puños siempre acaba por pudrirse en el alma.
Autor: Julio Ortega
Fuente: FB
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